martes, 13 de abril de 2010

La Pluma

El maestro descansaba con la pluma en la mano, hacía rato había pasado la hora de dormir, sin embargo, él no tenía sueño. Se levanto de su escritorio sin soltar la Pluma como si aun tuviera algo que escribir, tomó la lámpara y se dirigió al exterior de su gran casa. Eran las 5 de la mañana cuando el frio le despertó, se había quedado dormido mientras contemplaba la oscuridad de la noche; sabía que a su edad amanecer a la intemperie no le haría mucho bien, por lo que decidió entrar rápidamente a la casa y prepararse un baño con agua caliente para recuperar el calor del cuerpo. Mientras la empleada le preparaba el baño, él tomó la cajita de café que le había enviado un viejo amigo, y en un pocillo de leche caliente vertió una cucharada del oscuro polvo, al mimo tiempo que  observaba por la ventana como el inmenso valle se iba llenando poco a poco de luz. 

El maestro, como era conocido en el pueblo, había llegado a este por allá en los años 20,  y aunque no era un hombre joven, desde el mismo día de su llegada, había trabajado incansablemente por mejorar el apenas perceptible sistema de educación. El maestro había sido enviado por el gobernador Clodomiro Ramírez, después de haberlo prometido 20 años antes, cuando también ostentaba el titulo. 

Era un domingo en la tarde, cuando bajo un insoportable calor, fruto de ese  verano que azotaba al pueblo hacía ya más de tres meses; apareció en él un suntuoso coche que transportaba a un hombre sin edad determinada, pero de implacable vestir, todo el pueblo siguió con los ojos, y algunos en persona, el coche que fue a pararse  al frente de la casa consistorial. No falto los que en uso de su capacidad de hilar historias difundieron el rumor de que había sido ordenado un cambio de alcalde.  

El maestro presentó sus credenciales y su carta de traslado al alcalde que lo miraba impávido, a lo mejor él mismo había pensado que este hombre que estaba sentado frente a él venía a sustituirlo. El alcalde esbozó una sonrisa de alivio al ver que este hombre venia para encargarse del tema de la educación que era cada vez más difícil de manejar, ya que a excepción de él, en el pueblo sólo vivían otras dos personas que sabían escribir y unas cinco que intentaban leer, y a veces lo conseguían. Fue tanta la felicidad del alcalde,  que le cedió al maestro una casa que tenia a las afueras del pueblo y, para la escuela que se debía construir, cedió un gran lote en la plaza y 5 de los mejores constructores que estaban a su cargo, además de todos los materiales  que fueran necesarios.

El lunes a primera hora se iniciaron los trabajos de construcción, mientras el maestro pluma en mano, iniciaba las matriculas. Cinco niños y tres jóvenes fueron sus primeros estudiantes, bueno, los primeros matriculados, porque con el tiempo la escuela, que además fue creciendo en estructuras, empezó a albergar  a todos y cada uno de los niños y jóvenes del pueblo  y muchos de los adultos que se disponían a prender, en primer lugar, a leer. 

Cuando la empleada vino a avisarle que el baño estaba listo, lo descubrió recorriendo sus recuerdos, aferrado a la pluma que desde la noche anterior no quería soltar, el maestro con una sonrisa le indicó a la mujer que ya iría y mientras termino de un sorbo el contenido de la taza, tiro, en las brasas del fogón, la pluma que lo había acompañado los últimos 50 años.

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La Pluma by Abbadon (Juan Bernal) is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-Sin obras derivadas 2.5 Colombia License